Hay un español que me ha hecho trabajar como un cabrón. Y al que se lo agradezco. Aparezco, en uno de mis primeros días en Guatemala, por la oficina de la capital y me dijo: -Podrías hacer un plan de desarrollo económico local- Con dos cojones, pienso, pero este no se ha mirado mi currículum... Aún así, respondo:-Vale, lo intento- Y lo que empezó como un marrón se acabó convirtiendo en un reto, en una aventura. Entre informes, consultorías, datos dudosos, estudios falsos fui escavando y escavando. Analicé datos y saqué conclusiones. –Concreta más- me repetía. –Quiero proyectos, las únicas conclusiones válidas son los proyectos- Y así fue: yo proponiendo y él corrigiendo. A veces a destiempo, otras cambiando mi trabajo y, las más, felicitándome.
Al vivir en lugares distintos fui conociéndole por mail y cuando venía aliñábamos con cerveza las charlas sobre desarrollo económico. Incluso me fui un finde a su casa. Y lo que empezó con trabajo acabó siendo cerveza y cerveza. Y sus aventuras por el mundo. Y mis historietas de viajes. Y le cogí confianza al tipo. Y creo que él me la cogió a mí.
Y han pasado nueve meses. Y me voy. Y va a ser difícil encontrar un jefe que sea un cuate. Un tipo que valore tu curro y con el que se puede hablar de seguridad alimentaria y, al minuto siguiente, de la India. Y al otro, de ir a tomar una copa. Y al rato, de la familia. Y luego, mientras ordenamos otra cerveza, de mi miedo a los chuchos o de cómo acostumbrarse al maíz.
Jodido pilas del desarrollo económico, me ha callado la boca en más de una ocasión sin mandarme cerrar la bocaza. Gracias, mano.
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