jueves, 2 de junio de 2011

La mierda es mierda porque sale del culo

Digamos que uno ve algo feo, muy feo.  Y por motivos varios decide callarse, que se olvide. Pongamos que esto se repite, pero este acto, ahora, ocurre hacia uno de sus amigos. Vayamos más allá: todo esto ocurre en el entorno laboral. Uno piensa que está en otro país y que existirá otra legislación pero que lo que está viendo es, cuanto menos, mobbing. Pero sigue decidido a callarse, a ver qué ocurre. A escuchar y esperar para entender si esto es algo normal. Al fin y al cabo, uno no es más que un mindundi aquí.  Siguen ocurriendo cosas y la vena sindicalista e izquierdosa está al borde del colapso, quiere gritar ante pequeñas bromas que rodean cosas más allá del mobbing; digamos, por decir, el acoso sexual. Y quiere uno estallar pero no sabe cómo ni a quién. Y se pregunta, inocente, si es justo intervenir desde fuera y llamar a altas instancias con pequeñas intrigas. Con cosas personales, con cosas que has oído. Y te conviertes en escuchador de rumores. Y canalizas la rabia de lo demás y las bromas que oyes ya no sabes si son bromas. Y las cosas siguen ocurriendo. Y uno decide ponerse a investigar estas intrigas palaciegas, cerciorarse. Y descubre que, además de todo, mienten. Y de canalizador de la rabia pasa uno a sentirse furioso. Y se deja llevar por los instintos. Y habla, pero habla mal. Sin datos, sin hechos. Habla de rumores. Y sienten que le creen a medias. Y que mis verdades no son como sus mentiras. Y lo comparte con amigos de España, para objetivizar. La respuesta es clara: -¿eso sale de mis impuestos?-. Y me siento obligado a investigar, a conspirar en silencio. Y conspiro en mis ratos libres, entre tarea y tarea en el trabajo. Y el enfado, piensa uno,  se convierte en justicia. Pero la justicia es por definición parcial. Y sé que da igual lo que haga, que aquí lo que importa son otras cosas. Importan los fines no los medios. Importa que se gaste la pasta no los derechos, ni los insultos, ni las mentiras. Y cree uno que su pequeña conspiración palaciega caerá en saco roto y lo único que hará será desprestigiar a los acosados laborales. La confusión es grande; por furia, por rabia, por enfado, por amistad, por ideología, por cabrones. Por todo eso y por mucho más debo hacerlo. Pero, ¿y los problemas derivados? Liarla y pirarte, dejar en bragas a gente, darles la responsabilidad de denunciarlo sabiendo que se pueden quedar sin trabajo y que es probable que no les crean o que no quieran problemas  de este tipo las  instancias que deberían responder.

Y he aquí el dilema: ¿calmar mi conciencia y defender lo que uno cree justo o comer rabia y callarse y ver a los malos ganar otra vez? Supongo que prepararé algo para el final, para cuando me vaya. Y traspasaré la responsabilidad a otras conciencias que podrán decidir si guardarlo en un cajón y callar o actuar en consecuencia. ¿Intuís lo que ocurrirá? Yo sí.

Al final, todos están dispuestos a comer mierda con tal de que todo siga igual. Y nos confundimos llamando precavidos a los cobardes o exitosos a los hijos de puta. Incluso nos confundimos  de olores  y, a veces, de ideología. Y olvido (no sé si esto lo olvidamos todos) que la mierda no siempre es marrón ni huele a mierda. La mierda es  mierda porque sale del culo. Y aquí sobran lameculos y comemierdas
                                                                                                              

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