Si tuviera que definir a un guatemalteco en dos características absurdas, primero diría que son las personas que he conocido que pueden decir más cosas sin decir nada. Al estilo de los políticos, pero ellos, los chapines, lo traen de serie. No quiero imaginar un mitin de un político de aquí. Me atrevería a afirmar que con esos discursos de cinco horas, Fidel mostraba su lado chapín.
La otra característica son las ganas y el gozo que tienen de hablar sobre Dios. Cada día el nombre del altísimo o de su hijo, el bajísimo, es citado, al menos, cinco veces. ¡Y ninguna es blasfemia! Si se te ocurre iniciar una conversación que remotamente tenga que ver con algo religioso se iluminan los ojos del interlocutor y todo argumento acaba donde la fe ganó la partida a la razón. Y no se puede hablar más.
El otro día en una conversación salió a colación el tema de los visitadores religiosos. Estas señoras y señores que venden a Dios puerta a puerta; como el que vende enciclopedias llevan su discurso aprendido y esperan ser despachados en el rellano.
Generalmente, me comentan, son mormones o testigos de Jehová. Gringos, en su mayoría. Siempre me he preguntado quién compra religión a un desconocido en la puerta de su casa; pero pensé lo mismo de las “power balance” y rompieron el mercado.
Volviendo a mi historia. Estos vendedores de de “dios balance” deben tener más fe que los aprendices a alquimista. Ir a un país desconocido, con otra lengua, a captar fieles. Su sorpresa debe ser mayúscula cuando, en vez de cerrarles la puerta, cristianos y evangélicos convencidos les invitan a pasar y sentarse.
Esta es la imagen: dos estadounidenses que chapurrean español sentados en el sofá de una casa de una familia de clase media baja, con cara de no entender nada, escuchan a su anfitrión, que Biblia en mano diserta sobre Dios.
Imaginen ustedes el resto.
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