Salvadoreando el último fin de semana por lindas playas de surferos, viendo la exhibición de abdominales que reinaban en sus playas y sintiendo envidia sana mientras engullía pescado y cervezas. Lo más curioso del viaje fue una parte del trayecto que realizamos en un Suzuki vitara del 85. Bien envejecido, como los vinos, y a una media de 60 kilómetros la hora en llano. Subiendo se paró una vez pidiéndonos respirar. En su interior florece el musgo pero, a pesar de todo, anda. Despacio recorrimos una parte de Guatemala con él. El velocímetro no funcionaba, para el Suzuki siempre íbamos a cero por hora; el cuenta kilómetros se paró hace tiempo (el dueño específico que años) en unos 600.000 kms y el capó tenía manchas de óxido y un gran bollo debido a que se abrió una vez en marcha y chocó contra la parte metálica superior del parabrisas.
Lo bueno de Guate es que cada pequeño viaje tiene un halo de aventura. Sales de casa a la expectativa. Un día se rompen los frenos, otro el carro tiene casi mi edad y mejor salud, al siguiente te quedas atrapado en un nudo de carreteras en la noche guatemalteca. A unos amigos les cayó un diluvio y tuvieron que volver en tuc-tuc durante una hora bajo la tormenta al pueblo donde se alojaban porque no quedaban autobuses (obviamente, nadie te informa de que no quedan autobuses).
Siempre estás expuesto a un sinfín de sorpresas, es inacabable la capacidad de Guatemala para convertir en anécdota cualquier transporte, cualquier viaje. Sólo comparable a la facilidad de encontrar a alguien que te resuelva el problema por unos pocos euros. Si no tienes como llegar a algún sitio siempre alguien tiene un primo o un amigo al que llama y con el que negocias un precio. Este amigo-primo-hermano puede estar en casa durmiendo o viendo un partido o cenando. Aparece y te da una solución: su coche, un tuc-tuc, una furgoneta… Dentro del gran caos que es Guatemala siempre se encuentra una solución. Dentro del desorden general, cuando ya no crees en llegar a ninguna parte, los momentos en que te acuerdas de que este es un país peligroso, todo se ordena con una llamada y con menos de 10 euros. No he conocido nada tan caótico y, a la vez, tan fácil.
Qué buena esa sensación, de caos y facilidad!
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